¿Quién me lo iba a decir a mí que este verano volvería a mi querida Italia? No entraba en mis planes, pero muchas cosas han cambiado en mi vida en los últimos tiempos, y con ellas, también los planes de ocio. Así que pasé recientemente 4 días en Bolonia, una ciudad que ya había visitado pero que aún no conocía lo suficiente.
Bellísima ciudad la capital de la Emilia-Romagna, cuna de la más antigua universidad de Europa. Al pasear por via Zamboni, en la que se alternan bares y facultades, uno se siente casi como en casa: Bolonia es la ciudad más española de Italia; la importancia de su universidad, en torno a la cual gira toda su vida, hace que el ambiente urbano sea bastante desenfadado y sencillo, en contraposición al estiramiento y la sofisticación de la mayoría de las urbes situadas al norte de Roma.
En esta ocasión me alojé en el piso de una amiga que estudia en Bolonia. Qué curioso, nos conocimos en marzo del 2000, sólo nos vimos durante un mes, y después el verano de ese mismo año nos volvimos a encontrar en dos o tres ocasiones. Pero nuestra amistad ha seguido firme y a prueba de bomba, gracias al correo electrónico y ocasionalmente algunas cartas y llamadas telefónicas. Después de cinco años sin vernos, ha sido muy grato reencontrarnos.
Siempre que pudo, ella fue mi guía por los pórticos boloñeses. Y para la última tarde que pasé allí, me reservó una agradable sorpresa: visitar el parque más frecuentado de la ciudad. Su nombre es Giardini Margherita, y se encuentra casi en los confines de Bolonia, por su parte sur.
Desde el centro (pongamos que desde la plaza del Nettuno o mejor aún desde las Dos Torres) se puede llegar paseando en unos 15 minutos, por via Santo Stefano o por via Castiglione. Calles que desembocan en unas puertas llamadas, como no, Santo Stefano y Castiglione, y que limitan el parque por el lado que da al viale Gozzadini. De todos modos, en Bolonia hay un excelente servicio de autobuses, y muchos de ellos también llegan al parque, ya sea desde el centro o por las vías que circunvalan el mismo.
Viendo algunas páginas he conseguido averiguar que los orígenes del parque se remontan a finales del siglo XIX, cuando el desarrollo industrial hizo crecer una ciudad que hasta entonces no había salido de sus murallas. Se construyó sobre un terreno agrícola, y se inauguró en 1879, con el nombre original de «Passeggio Regina Margherita», en homenaje a la mujer del entonces rey de Italia, Umberto I. Desde entonces poco ha cambiado su aspecto. Al oír que se llamaba «Jardines Margherita» yo pensaba en un lugar más bien pequeño, pero de eso nada: es bien grande, y tiene caminos para darse un buen paseo.
Su extensión es de hecho de 26 hectáreas. Sus paseos son amplios, y eso sí, asfaltados, lo cual no me gusta tanto, preferiría caminar sobre tierra. De todas maneras hay senderos más estrechos que se adentran entre los jardines a los que el asfalto no ha llegado, por suerte.
Y hablando de los jardines, qué maravilla. Me alucina ver esas grandes extensiones de césped, jalonadas por toda clase de árboles y arbustos, donde la gente se sienta o se tumba tranquilamente a disfrutar del buen tiempo, cuando lo hay, claro. Y es que en mi querida isla esto es impensable: el césped se riega con agua depurada, de no muy buen olor, y además los dueños de los perros suelen llevar a los mismos a hacer sus necesidades sobre el verde. Pero como las buenas costumbres se pegan enseguida, no tardé mucho en tumbarme.
Según me contó mi amiga, este es el parque preferido de los boloñeses, donde suelen ir a pasear las familias, donde van los estudiantes cuando se fugan de clase, donde se habrán formado (y también roto) no se sabe ni cuantas parejas, y donde acude la gente incluso en invierno cuando el cielo da tregua y algún día sale el sol.
Y es que tiene todo lo que se le puede pedir a un parque: bancos, fuentes de agua potable, un gran estanque con patos y tortugas (con el agua más bien sucia, eso sí), baños, columpios para los niños, heladerías y un bar con terraza (terraza que supongo sólo funcionará en primavera y verano).
En cuanto a la gente, de todo se ve: familias, vendedores ambulantes, tipos solitarios, gente de picnic, borrachos, ciclistas y patinadores (en esta zona de Italia la bicicleta es un medio de transporte más),… una pequeña gran muestra de la ciudad, en definitiva. Bolonia no es la ciudad más monumental de Italia, pero es mi preferida.
Y desde luego tiene sitios más visitados y atractivos para los turistas que este parque, pero a mí me gustó mucho, quizás también por eso, por el encanto que tiene lo que no nos esperamos. En verano (1 de abril al 30 de septiembre) abre de 6 a 24 horas, el resto del año, de 7 a 18. Por supuesto como espacio público que es nada hay que pagar para entrar. ¿Algo que se eche de menos? Pues puestos a pedir, una piscina que abriera en verano, porque el calor pegaba de lo lindo, y las playas más cercanas estaban a más de 80 kilómetros. Al menos sombra sí que teníamos.
Y a la vuelta, pasando por via Castiglione, se podía visitar la heladería del mismo nombre… ¡Qué delicias! No estuvo nada mal este fin de semana en Bolonia, sobre todo teniendo en cuenta que dos semanas antes ni siquiera se me pasaba por la cabeza…
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