Florencia en dos días

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Después de visitar Roma, nuestra siguiente parada era Florencia, ciudad en la que nos alojamos dos noches. El día que llegamos habíamos pasado antes por Volterra, así que no pudimos aprovechar mucho el tiempo porque al llegar era ya de noche y nos fuimos directamente a dormir; y el día que nos marchamos nos dimos una vuelta muy pequeña, porque queríamos pasar por Siena antes de llegar por la noche al hotel de Venecia.

De haberlo sabido, seguramente habríamos reservado hotel en Florencia para una noche más, pero como lo planificamos con bastante detalle antes del viaje, al final la verdad es que el único día completo que pasamos en la ciudad creo que estuvo muy bien aprovechado, a pesar de que por supuesto nos quedaron cosas por ver. Pero si hay alguien que esté pensando viajar a Florencia y disponga sólo de un día y medio, como nosotros, puede que le venga bien esta opinión.

Día 1 en Florencia

Catedral de florencia

Aprovechando que nuestro hotel (el de la 13, rue del Percebe) estaba de lo más céntrico, fuimos por supuesto en primer lugar a lo que teníamos más cerca: la catedral, aunque era temprano y como la abrían más tarde, en esta primera ocasión la vimos únicamente por fuera. Yo me moría de ganas de verla en directo desde aquella vez en que, en el instituto, la profesora de historia del arte nos la puso en una diapositiva en clase, y la verdad es que no me defraudó.

A mí lo que me pierde es el gótico, pero esta catedral me gustó muchísimo. Lo que más destaca de su exterior es, por supuesto, su gran cúpula de tejas de color rojo, que se ve desde prácticamente cualquier punto de la ciudad (bueno, menos desde el hotel Cardinal, por mucho que ponga en su web que desde el comedor hay vistas a la catedral). Inmediatamente después no puedes evitar fijarte en su perímetro, todo él de mármol de colores rosa, blanco y verde. La única pena es que había unos cuantos andamios por allí y, además, me dio la sensación de que no le vendría mal un buen fregado por fuera.

Junto a la catedral se encuentran también el baptisterio de Ghiberti y Brunelleschi, uno de los edificios más antiguos de Florencia, que suele estar cerrado al público aunque la gente se agolpa en sus puertas precisamente para ver sus famosas escenas bíblicas; y por otro lado tenemos el campanile de Giotto, de 82 metros de alto.

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Desde aquí fuimos callejeando y, después de pasar por la iglesia di Orsanmichele, llegamos hasta el mismo centro de la ciudad: la piazza della Signoria, que está siempre de lo más animada, da igual a qué hora del día pases por ella.

En esta plaza se encuentran la fontana di Nettuno y el palazzo Vecchio, que durante años fue propiedad de los Médici y que hoy día es la sede del gobierno florentino. Lo que más llama la atención en este edificio es la torre d’Arnolfo que, como ya comenté en su día, está inspirada en la del palazzo dei Priori de Volterra. Además, en la entrada del palacio hay una copia exacta de la escultura del David de Miguel Ángel, cuyo original se encuentra en la galería de la Academia.

Ponte Vecchio

Si dejamos la piazza della Signoria a nuestras espaldas y seguimos caminando en dirección al río, atravesaremos el edificio en forma de U del palazzo degli Uffizi, que alberga una de las galerías de arte más famosas del mundo. Pero de momento pasamos de largo y nos dirigimos hacia el ponte Vecchio, uno de los símbolos florentinos por excelencia, del que se dice que durante la Segunda Guerra Mundial, fue el único que no se destruyó, por orden directa de Hitler. A estas horas tan tempranas era una gozada pasear por este puente, porque íbamos prácticamente solos; después tuvimos ocasión de pasar cerca, tanto a mediodía como por la tarde, y aquello tenía peor pinta que El Rastro madrileño en hora punta…

Antes del viaje, investigando cosillas, había leído una leyenda sobre este puente; en ella se contaba que si una pareja ata un candado en el puente y después tira la llave al río Arno, su amor durará para siempre. Me imagino la cantidad de gente que se habrá dedicado a poner candaditos en el puente, porque también leí que el peso de todos ellos estaba empezando a dañar incluso sus estructuras; total, que ahora debe de estar prohibido o algo así, porque no vimos ni uno. Al menos en este puente, porque en uno de los que cruzamos para ir al otro lado de la ciudad sí que había, algunos incluso con los nombres y todo.

Una vez cruzado el ponte Vecchio, seguimos caminando hasta llegar al palazzo Pitti, propiedad de la familia del mismo nombre y rival de los Médici. Por detrás del palacio están el giardino di Boboli, un lugar ideal para relajarse y pasear, aunque me pareció excesivo lo de que te cobren 10 euros para entrar. Para eso me voy a los jardines del palacio de Aranjuez, que aunque no tengan vistas de la catedral de Florencia, la verdad es que también son bastante chulos y además no te cobran por entrar. En cualquier caso, los de Boboli la verdad es que nos gustaron bastante; como además era temprano, estábamos allí prácticamente solos y pudimos pasear a nuestras anchas, perdernos entre los árboles y por los caminos, y hacer un montón de fotos casi sin gente.

Palacio Pitti

Después de pasar un buen rato paseando por los jardines de Boboli, seguimos andando en dirección contraria al centro histórico y, dejando a nuestra derecha el ponte della Trinitá, otro de los que cruzan el río Arno, llegamos hasta la basilica di Santa Maria del Carmine, que data del siglo XIII y fue prácticamente destruida por un incendio en el XVIII. Afortunadamente, sí se conservaron los frescos de Masaccio que se conservan en la cappella Brancacci, a la que únicamente se puede entrar con visita guiada.

Desandando de nuevo nuestros pasos en dirección al centro histórico, esta vez sí cruzamos por el puente de la Trinitá y pasamos por el palazzo Frescobaldi, que data del siglo XVI y fue propiedad de la familia del mismo nombre; la piazza Santa Trinitá y el palazzo Strozzi, que en su día fue construido por esta familia, y a propósito de tamaño más grande que el de los Médici (parece que los Médici tenían muchos amigos…). Desde aquí llegamos hasta la piazza della Repubblica, que es uno de los puntos de encuentro favoritos de los habitantes de Florencia (vamos, como cuando hay gente que en Madrid queda en el kilómetro cero de la puerta del Sol).

Campanario de Giotto

De nuevo volvimos a la catedral y decidimos subir al campanile. Para llegar hasta arriba hay nada menos que 414 escalones, y además las escaleras son un poco estrechas, y se baja y se sube por el mismo sitio. Al principio la subida se llevaba más o menos bien, pero entre el agobio de gente y el calor, al poco rato yo empecé a sudar como un pollo y a ir con la lengua fuera. Para rematar, hubo un tramo en el que vi que mientras yo subía, bajaba un señor que no es por criticar, pero entre él y su barriga ocupaban todo lo ancho de la escalera, por mucho que él se pusiera de lado para dejarme pasar. Encima se paró y me indicó que subiera, así que no tuve más remedio que aguantar la respiración y, retorciéndome como una lagartija, conseguí pasar por el poco espacio que quedaba entre la pared y él… Eso sí, al llegar arriba hay unas vistas tan espectaculares que compensan el mal rato de la subida.

Después de comer pasamos por la casa de Dante, que hoy día se ha convertido en un museo, y nos acercamos a la galería Ufizzi, donde teníamos reservadas las entradas para visitarla. Casi todo el mundo nos había dicho que esta galería es uno de los sitios obligados en Florencia, así que aunque también nos habían recomendado el museo Galileo de historia de la ciencia, como eran muchas cosas para tan poco tiempo, nos quedamos con las ganas de este y nos decantamos por los Uffizi. Además, al pasar por allí por la mañana habíamos visto un cartel en el que ponía que en los Uffizi había una exposición temporal titulada Caravaggio & Caravaggeschi a Firenze, así que ya iba yo toda emocionada pensando que me iba a poner las botas viendo cuadros de Caravaggio.

Galeria degli Uffizi

La galería de los Uffizi tiene una colección amplísima, que abarca obras desde la escultura de la Grecia clásica hasta las pinturas venecianas del siglo XVIII; por lo tanto, lo mejor es elegir qué artistas o qué periodos queremos ver, porque si quieres verlo todo te puedes pasar allí una semana entera. De todas formas supongo que a esta galería tendré que volver, porque una de las cosas que más me apetecía ver era un cuadro de Boticelli, El nacimiento de Venus, pero no pudo ser; una de las alas del edificio estaba cerrada por reformas (llevan años así), y era precisamente en la zona en la que estaba este cuadro… Para rematar, la exposición de Caravaggio y los Caravaggistas nos gustó mucho y en ella estaban expuestos un montón de cuadros a cuál más espectacular; peeeeeeero de Caravaggio sólo habían traído el escudo en el que está pintada la cabeza de la medusa. En fin, que entre la Venus de Boticelli y esto salí de allí un poco decepcionada…

Tras la visita a los Uffizi, volvimos a la catedral para por fin verla también por dentro. La entrada a la catedral es gratuita y, como siempre, debes llevar los hombros cubiertos y pantalones o faldas que lleguen por lo menos hasta las rodillas. A pesar de lo espectacular que es el edificio por fuera, su interior es bastante sencillo. Se puede subir a la cúpula si uno se anima con los 463 escalones que hay hasta allí, pero yo ya había tenido suficiente con los del campanile así que no llegamos a subir.

Piazzale Michelangelo

De nuevo cruzamos el río, esta vez por el ponte alle Grazie, y seguimos las indicaciones que nos llevaban hacia la piazzale Michelangelo. Para ello tuvimos que atravesar una de las puertas de la antigua muralla de la ciudad, y después subir durante un buen rato por unas escaleras que a primera vista parecían peor de lo que luego fueron. Una vez que llegamos arriba del todo, ya en la piazzale Michelangelo, nos encontramos, además de unas vistas preciosas de la ciudad con el río, la torre del palazzo Vecchio y la catedral al fondo, un montón de gente, de chiringuitos y de coches aparcados. Y en medio de la plaza una estatua enorme, otra réplica del David de Miguel Ángel. Aquello parecía una romería: multitud de gente de todas partes, coches de todas las matrículas habidas y por haber, chiringuitos, caricaturistas y hasta vendedores de bolsos de imitación de Carolina Herrera…

Menos mal que ya nos habían avisado de que la mayoría de los turistas no pasaba de aquí y que lo mejor estaba por venir, subiendo aún un poco más desde la plaza. Siguiendo la carretera y atravesando una zona de árboles y césped, llegamos hasta el cementerio de Porte Sante; y junto a él, una pequeña joya, la románica iglesia de San Miniato al Monte. Está dedicada a este santo, uno de los primeros mártires cristianos de Florencia, del cual se dice que voló hasta aquí después de muerto o, en otra versión, que subió por la colina hasta la iglesia con su cabeza bajo el brazo.

La iglesia de San Miniato, que data del siglo XI, es muy pequeña y sencilla, aunque también famosa por su fachada típica toscana de mármol en varios colores (igual que la catedral). El interior está adornado por frescos de los siglos XIII al XV, y también diseños de mármol muy elaborados. Aquí tuvimos la suerte de poder escuchar en directo los cánticos de los monjes, porque justo cuando entramos a la iglesia era ya a última hora de la tarde y estaban dando misa al fondo, en el piso inferior, donde se encuentra la cripta con los restos de San Miniato.

Al salir estuvimos un rato en el mirador que hay justo enfrente de la iglesia, desde donde se ve el cementerio que os decía antes, aparte de otras vistas también estupendas de toda la ciudad. Entre que empezaba a atardecer, que se veía toda Florencia y que ahí mismo a tus pies tenías todas las lápidas, fue una escena un poco gótica, pero la verdad es que me gustó bastante. También entramos en la tiendecita que hay justo al lado, donde venden desde rosarios y estampitas hasta mieles y dulces hechos por los monjes. Al volver a la piazzale Michelangelo estuvimos tomándonos algo en uno de los chiringuitos que había al lado, donde se estaba de lo más a gusto a pesar del rejonazo que nos pegaron por una cerveza y una cocacola.

A última hora volvimos de nuevo andando hasta el centro, un paseo muy agradable y que se agradeció bastante porque ya a esas horas no hacía el calor sofocante del resto del día.

Día 2 en Florencia

Por la mañana, al día siguiente, dejamos el hotel y, ya en coche, nos dirigimos a las afueras de Florencia para ver las villas de los Médici. La villa di Careggi alberga hoy día las oficinas de un hospital, así que sólo pueden visitarse los jardines. La villa Corsini a Castello es la casa que usaba como vivienda de verano Lorenzo el Magnífico.

Y por último la villa La Petraia, que fue a la que nosotros entramos. Se puede pasear libremente por los jardines, pero la visita al interior es únicamente con guía; nos pillaba un poco mal la hora de la siguiente visita, porque nos tocaba esperar casi dos horas, así que decidimos únicamente dar un pequeño paseo por los jardines y después seguir nuestra ruta hasta Siena.

Conclusión

Cupula de Brunelleschi

Ya me habían hablado de lo bonita que es esta ciudad, y la verdad es que no habían exagerado ni un poco. Quizás, como decía al principio, habría estado bien poder pasar un día más en Florencia, porque sin duda nos quedaron cosas por ver; pero como siempre digo, así hay excusa para volver de nuevo.

A pesar de la cantidad de turistas que encontramos por todas partes (espero poder hacer próximas visitas en otra época que no sea verano), me pareció una ciudad bastante tranquila; además no es demasiado grande y tiene un ambiente muy agradable que invita a pasear y descubrir todos sus rincones. A mí desde luego me ha encantado, así que estoy segura de que será otra de las ciudades que sin duda repetiré.

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