Elevador da Gloria

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Cuando escribí mi opinión sobre la ciudad de Lisboa (hará unos tres años) recuerdo que la titulé “La última ciudad romántica de Europa”. Y es que Lisboa sigue manteniendo ese halo del antiguo, ese romanticismo casi añejo e inesperado, una especie de deja vu que por ironías del destino y para gracia de quien la pasea, aún sigue existiendo. En parte, contribuye a ello Carris, la compañía de tranvías y elevadores, que desde hace más de un siglo hacen más accesible las siete colinas de Lisboa al caminante, al viajero y al habitante de la ciudad.

De los tranvías, sin lugar a dudas el más famoso es el eléctrico 28, del que también os hablé hace tiempo. El pequeño tranvía amarillo, que con su traqueteo peculiar, romántico y lleno de encanto, va recorriendo algunas de las colinas de la ciudad, con su vaivén soñador en cada curva, que lleva más de cien años en Lisboa y a estas alturas no sólo es un lisboeta más, sino uno de sus habitantes más queridos por todo, aunque especialmente por los turistas, que suben en él una y otra vez.

Existen otras líneas de tranvía que también utilizan tranvías antiguos, como por ejemplo el 12, que nos lleva hasta Martín Moniz, precisamente donde acaba el 28, y ambos se saludan al pasar. No sé por qué los tranvías son amarillos, de un amarillo intenso, casi mostaza, del mismo color que es también el Elevador da Gloria. Tienen un color especial y entonan perfectamente con las mil y una tonalidades lisboetas.

Pero además de los tranvías, debido a la peculiar orografía de esta ciudad, se inventaron los elevadores, una suerte de ascensores que te permitían ascender los tremendos desniveles de las colinas en pocos minutos. No en vano Lisboa, al igual que Roma, se asienta sobre siete colinas, por lo que su orografía se parece un poco a los viajes de Marco y su mono Amedio, siempre subiendo y bajando montañas. Sin lugar a dudas, el más famoso es el Elevador de Santa Justa, de finales del siglo XIX y que recuerda a la arquitectura de Gustave Eiffel entre otros.

Elevador da Gloria en Lisboa

Desde el mismísimo centro de la ciudad (a escasos metros de la plaza del Rossío), te eleva a Chiado, a las laderas del Barrio Alto, a la plaza del Carmo que se llama así por la desvencijada Igreja do Carmo, que tras el espantoso incendio sufrido, se muestra en ausencia de bóveda, como una barco partido en medio del mar, con la sempiterna compañía de las estrellas, que cada noche le hacen de techo.

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El otro elevador más famoso de la ciudad es precisamente del que hoy quiero hablaros, el Elevador da Gloria. Recuerdo haber subido en él hace muchos años, en un viaje que hice con mi madre a Lisboa, pero en mis viajes de adulta (por llamarlos de alguna manera), aún no había coincidido que subiésemos en él.

Me gustó tanto, me pareció uno de los mil puntos de encanto de esta fantástica ciudad, que por eso quiero hablaros hoy de esa experiencia, en cierto punto inesperada y sorprendente. Habría pasado frente a él decenas de veces en mis visitas en los últimos años, pero fue precisamente en esta ocasión, cuando tocó hacer la excursión colina arriba y colina abajo a bordo de este elevador también amarillo y que recuerda en parte a los eléctricos que recorren la ciudad.

Sobre el Elevador Da Gloria

Foto del elevador da gloria de lisboa

Si uno pasea por la Plaza de Restauradores, por ejemplo bajando desde la plaza de Marqués de Pombal por la Avenida Liberdade, de pronto se encontrará a mano derecha un vagón amarillo en una callejuela inclinada. Probablemente se preguntará ¿y esto qué es?, pues un elevador, pero en lugar de ser un ascensor como el Elevador de Santa Justa, se trata de un trenecito. Puede pasar incluso desapercibido si no pasamos a su lado precisamente por esa acera.

¿A dónde irá? Estaba claro que al Barrio Alto, y eso del nombre de Elevador da Gloria… hummm, claro, si yo recuerdo que hace años, en mi primer viaje de adulta a Lisboa quise encontrar el Miradouro da Gloria y no di con él… va a ser que este elevador lleva precisamente allí, a aquel mirador no hallado. Bueno, pues hala, arriba, que además hace un calor horrible y por lo menos allí dentro da la sombra. No hay aire acondicionado, pero en un vagón de hace más de un siglo, las ventanas abiertas eran el mayor aire acondicionado, y mientras sube y baja, algo de fresquito hará. Y si no, para eso voy pertrechada con un abanico en el bolso, que hay que ir prevenida para las inclemencias meteorológicas.

Funicular de Lisboa en calle estrecha

Dicho y hecho, entramos en el Elevador da Gloria y nos sentamos en uno de los grandes bancos de madera (situados uno a cada lado) del vagón. Después de esperar unos cinco minutos a que arrancara, el elevador comenzó su traqueteo y su ascensión colina arriba. El viaje es diferente, no es especialmente bonito ya que no tiene vistas hasta que llegas al Miradouro da Gloria, que efectivamente estaba al final del trayecto (era de esperar, no había que tener muchas luces, eso del mismo nombre…). Tardas unos diez minutos en llegar hasta arriba del todo, existen dos carriles y dos vagones, salen cada quince minutos más o menos. Hay muy poca gente en el elevador, al menos a la hora en que nosotros fuimos. Creo que es de los pocos medios de transporte antiguos que hay en Lisboa, utilizados más por los propios lisboetas que por los turistas que lo inundan todo.

Es otro atractivo más de esta ciudad, una manera de invertir el tiempo en la tranquila Lisboa. Con el traqueteo y la nostalgia del mar en el horizonte que desde allí no vemos, ascendimos colina arriba primero y descendimos colina abajo después, con muchas ganas de sentirnos más lisboetas y menos extranjeros, de integrarnos con los lisboetas y vivir esta ciudad, sus rincones y sus tradiciones con mayor intensidad.

El Miradouro Da Gloria

Tunel para elevador da gloria en Lisboa

Dicen que la gloria está en el cielo, y casi se roza con los dedos desde cualquiera de las colinas de Lisboa. Esta ciudad, con auténtica vocación de estrella, siempre está iluminada por un sol radiante, asomada a un río que es ya casi océano, del color de las lágrimas y la nostalgia. Lisboa es bellísima a pie de calle, con ese encanto especial e indefinible. Pero lo es aún más desde las alturas. Ella se sabe bella, magnánima, tranquila… por eso dispone de tantos y tantos miradouros desde los que contemplar cualquiera de sus perfiles: Sao Jorge, Estrela, Portas do Sol, Carmo, o Gloria… Yo había visitado todos los demás, pero aún no había visitado Gloria, o sí que lo había hecho, pero hacía tantos años que los recuerdos de infancia se desvanecían.

Cuando llegas a Gloria en el elevador, te bajas del vagón amarillo que también en cierta medida te lleva de vuelta a los sueños, subes unas pequeñas escaleras y llegas a un parquecito con árboles y bancos, lugar de descanso para el viajero. Quizá ni te llame la atención, pero andando un poco más te asomarás a un gran ventanal sobre el horizonte de Lisboa. Gloria está en línea recta con Restauradores, pero mientras esta plaza se encuentra en una vaguada, casi a nivel del mar, Gloria está precisamente donde su nombre indica, rozando el cielo. Si estiras los dedos, casi podrás acariciarla. Desde allí podrás contemplar en toda su intensidad el horizonte de Lisboa, la colina de Sao Jorge con el castillo y su muralla, o el monasterio de Graça desde otra perspectiva.

Calle para tranvía en Lisboa

Debajo el Rossío, las calles que descienden al Terro do Paço donde hace años se encontraba el Palacio Real, también devastado por las llamas. Tantas desgracias se han cebado sobre ti, Lisboa bella, siempre envidiosos de tu resplandor. Si miras hacia la izquierda también podrás ver a la estatua del Marqués de Pombal, que magnánimo reposa su brazo sobre un león, encima de su gran columna, con el parque detrás. Ese hombre te reconstruyó cuando casi toda tu pereciste bajo el terremoto. Y a la derecha muy al fondo la intensidad del mar azul, o del río hecho mar.

En Gloria, se roza la gloria con los dedos. Pero se echa de menos la Alfama, escondida al bajar la colina tras la Catedral, o Sé, que sí que se puede ver desde este Miradouro. Echo de menos las Portas do Sol, el azul infinito del cielo, la nostalgia de las calles empedradas de Alfama que huelen a mar… Pero estamos en Gloria, en el barrio alto, en la ciudad señorita que se desgrana entre la bohemia de las calles de Chiado y los nuevos tiempos y empresas que rodean a Pombal y su león. Hay tantas Lisboas en una, tantos perfiles desde cada uno de sus miradores… y yo me enamoro una y otra vez de cada una de ellas, cada una de sus sonrisas, cada una de sus caras, todos sus perfiles, sus sentimientos, su nostalgia… Por algo es y seguirá siendo la última gran ciudad romántica de Europa.

Y una vez allí, ¿qué hacemos?

Elevador da Gloria

El ascenso hasta el Miradouro Da Gloria a través del Elevador del que os hablo en esta opinión es una de las cientos de cosas que podemos hacer en Lisboa. No te llevará mucho tiempo, y merece realmente la pena acercarte hasta allí y contemplar algunas de las vistas más bellas de la ciudad. Como en todos los miradores, las mejores horas para sacar fotos son el amanecer y el anochecer, pero en mi caso yo fui a media mañana y bajo un sol torrencial, por lo que la luz no era precisamente buena, sino excesiva.

Con diferencia a otros lugares de Lisboa, mucho más concurridos, en el Mirador da Gloria no hay prácticamente nadie y existe al lado un pequeño parquecito con bancos para poder sentarte a leer, a disfrutar del paisaje, a rememorar algunos puntos buenos del viaje etc. Hay turistas, pero muy pocos, no en vano este lugar no se encuentra entre los puntos imprescindibles de Lisboa en la ruta de un guiri, por lo que puedes disfrutar de una cierta tranquilidad, tanto en el elevador (utilizado por turistas y por muchos lisboetas) como en el propio mirador.

Una vez allí, es necesario asomarse a la balconada sobre el centro de Lisboa, asombrarse de los perfiles del Monasterio de Graça en el horizonte, en un ángulo que yo antes nunca había visto. O ver justo a tus pies pero al pie también de la colina, la Plaza de Restauradores y un poco más allá el Rossío, centro neurálgico de la ciudad de Lisboa. Si llevas cámara, el propio espectáculo te empujará a que la utilices y que saques algunas fotos para el recuerdo. Si no la llevas, empápate del espectáculo, mira este otro perfil de la bella Lisboa, ciudad enamorada.

Después de ello, puedes volver a coger el Elevador colina abajo y en menos de quince minutos estarás de nuevo en Rossío. Si no, también merece la pena callejear cuesta abajo por las calzadas adoquinadas, hasta llegar a Chiado, un barrio lleno de encanto y de bohemia, y de mil y un lugares por descubrir. Lisboa es una auténtica caja de sorpresas, que cuando menos te lo esperas te desvela como sin quererlo, otro más de sus secretos. Por ello, es importante perderse en sus rincones, explorarla, dejarse llevar, enamorarse de ella hasta el tuétano.

Precio y tarjeta 7 colinas

Tranvía de Lisboa por una cuesta

Cada uno de los trayectos cuesta 1,60€, por lo que si subís y luego bajáis, el precio será de 3,20€, aunque no es obligatorio hacer el viaje de ida y vuelta. De hecho, una vez arriba podéis bajar tranquilamente andando desde el Barrio Alto hasta Chiado, un bonito paseo por uno de los barrios más bonitos de Lisboa. Este importe es el que cuesta el billete a casi todo, a este elevador, al de Santa Justa, a todos los tranvías (incluido el eléctrico 28), lo que no sé es cuánto cuesta el metro y el autobús, probablemente sean algo más baratos.

Pero en Lisboa existe una tarjeta de transporte para un día que merece realmente la pena. Se saca en cualquier estación de metro y el precio es de 6,45€ si compras la tarjeta. Es recargable.

Os puedo asegurar que yo la amortizo muchísimo cuando voy, no hago más que subir y bajar a todos los sitios que puedo (sobre todo al eléctrico 28). De todas formas, con subir y bajar en este elevador por ejemplo, ya se te van 3,20€, por un trayecto más, ya pagas el precio de la tarjeta, así que mi recomendación es que la compréis, merece la pena, es ridículamente barato, lo amortizaréis en medio día y con ella podréis recorrer todas las esquinas de esta ciudad.

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