Miradouro das Portas do Sol

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Alfama posee en su alma la cadencia de las nostalgias, el dolor de la soledad… En sí misma es tan compleja como el entramado de sus calles, estrechas y enrevesadas, llenas de vida; sus casas de colores, intensas, con ropa en los balcones y geranios en las ventanas, niños que corren y juegan, atardeceres al sol.

Alfama posee una mala fama que no merece, es precioso recorrerla de día y de noche, compartir con sus habitantes las fiestas de verano y tomarte en una terraza improvisada al lado de una iglesia con unos viejos bancos de madera y una mesa coja unas buenas sardinas a la parrilla con un intenso vino de la tierra. Los guiris no pisan la Alfama, y si lo hacen, nunca se salen del circuito normal; los españoles sí lo hacemos, yo lo hago cada vez que visito la ciudad; adoro perderme en sus laberínticas callejuelas llenas de vida, encontrar rincones maravillosos, fijarme en los detalles, encontrar tiendas de artesanos o cafeterías con mesas desparramadas bajo los árboles donde el concepto de turista no existe. Ay, la Alfama, ¿quién pudiera recorrerte en cada atardecer?, ojalá pudiera ahora teletransportarme hasta tus secretos más escondidos.

Desde el Miradouro das Portas do Sol, para mí el mirador más bonito de Lisboa, la Alfama se extiende ante ti. Si miras hacia abajo descubrirás la inevitable figura de una de las iglesias más representativas de la Alfama, cuyo nombre no conozco. Llama especialmente la atención el hecho de que tenga un solo campanario, probablemente el de la izquierda no se hizo por falta de dinero. Hasta la iglesia y alrededor de ella, ya desde el Monasterio de San Vicente da Fora, en Graça, verás cientos de casas, algunas de colores, otras sencillamente encaladas, llenas de un ajetreo y a la vez una calma propias de la Alfama.

Miradouro das Portas do Sol

La intensa luz del sol se desparrama con alegría sobre las fachadas, resplandeciente, irradiando vida y esa sensación mezcla de felicidad y tranquilidad, de calma y esperanza, que siempre inunda el alma del viajero que llega a las Portas do Sol. Normalmente, llegarás hasta allí en el eléctrico 28, del que hice una opinión en su día y que recomiendo encarecidamente que utilicéis y hagáis su trayecto arriba y abajo una y mil veces si hace falta. Con él captaréis la mitad de la esencia de esta gran ciudad, señora de saudades y soledades, dama del mar, sencilla, pobre y elegante al mismo tiempo.

Debéis bajaros en la parada que hay frente al mirador, no tiene pérdida, contemplareís a mano derecha según subís una enorme extensión que se abre con sus callejuelas descendentes hacia el mar, donde el sol se refleja en las fachadas y parece que un nuevo mundo sea posible. Allí deberéis bajaros y abrir mucho los ojos, no dejéis de llenaros de las sensaciones de ese momento, de la calma detenida, donde el reloj parece que ha detenido sus manecillas y tienes todo el tiempo delante de ti, ente amaneceres y atardeceres, y luego de nuevo la vuelta a la rueda.Cuando lleguéis allí entenderéis la verdadera consistencia de la belleza serena.

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Probablemente existan miles de lugares muchos más impresionantes o monumentales en el mundo, no lo pongo en duda, pero este lugar goza de un interés especial, de una serenidad difícil de transmitir con palabras pero que se siente intensamente cuando te encuentras allí. Mi recomendación es que intentéis conseguir una mesa en el quiosquillo que da al mirador, especialmente si está a la sombra mejor, aunque en invierno se agradece el solecillo sobre la cara. Allí, perpetraros alrededor de vuestros sueños y esperanzas y rodearos del silencio. Veréis cómo es posible que pasen los minutos y las horas mientras el tiempo se detiene.

panorámica desde el Miradouro das Portas do Sol

No te resulta pesado ni aburrido, es simplemente precioso y a la vez relajante estar sentado allí, mirando a la Alfama y al intenso azul del fondo que es ya río convertido en mar. Vuestra cámara de fotos no se cansará de sacar instantáneas de cada rincón de este lugar, de cada esquina, cada casita, el horizonte del mar, las torres de las iglesias recortadas sobre el azul intenso del Tajo, símbolo de despedidas y de nostalgias.

La imagen del Miradouro das Portas do Sol es bellísima en cualquier momento, pero en los atardeceres, en la hora de las brujas, el viento trae el aroma del mar y a lo lejos se escucha con nostalgia las estrofas y la voz rota de un fado. La Alfama, la tierra marinera, con su corazón dividido entre la tierra a la que pertenece y el mar, en gran parte causa de sus males y pañuelo de sus lamentos. Hay otros miradores en Lisboa, pero ninguno como éste. Su nombre, las Puertas del Sol: la entrada de la luz, las olas de la nostalgia.

panorámica desde el Miradouro das Portas do Sol

Hay lugares únicos en el mundo, que cuando los visitas por primera vez tienes la extrema convicción de pertenecer a ellos. Quizá en otras vidas hayas estado allí, han podido ser importantes para ti, o simplemente tienen algo que conecta con lo más interno de tu alma y te ves reflejado en ellos. Yo tengo algunos lugares en el mundo con los que poseo una conexión especial: San Miniato en Florencia, Covent Garden en Londres, el parco Massari en Ferrara y el Miradouro das Portas do Sol en Lisboa entre otros.

Yo creo en las reencarnaciones, por lo que no me sorprendería haber vivido una vida anterior en Lisboa, en una pequeña casita con balcones apostados frente a este mirador y contemplar las mismas vistas cada amanecer y cada atardecer. Pero si no es así, tampoco me importaría vivir en Lisboa, de hecho, como decía antes, me compraría una pequeña casita, la reformaría y la abriría cada mañana a la luz y al mar, en ese barrio de gentes sencillas y humildes, de pasiones, soledades y nostalgias.

vistas desde el Miradouro das Portas do Sol

Cuando la noche cae en la Alfama, cuando el sol se va del luminoso Mirador que lleva su nombre, las escalas del ocaso se difuminan en el suelo. Los azules de mar y cielo van dejando paso a los dorados, los rojos y los oscuros. Si un atardecer es bonito casi en cualquier lugar, aquí la belleza se multiplica, según va cayendo la luz y da comienzo la sinfonía de colores en desfile, las Portas do Sol se presentan más bonitas aún.

Se acerca la hora de las brujas, y sobre el mirador lanzo los pétalos de la flor de mis anhelos para que el viento de la tarde se los lleve hasta el mar. Y mis nostalgias, recorrerán el mundo a bordo de un velero en forma de botella con mensaje dentro. Aquí, me siento más yo que nunca, insignificante en medio de un mundo enorme, pero fuerte, decidida, yo misma. Aquí mis sueños y mis esperanzas se hacen más fuertes, los rasgos de mi carácter, mis gustos, mis aficiones, mis recuerdos y mis viajes. Vivir un atardecer en este lugar se te queda grabado en la retina, con la saudade inundándolo todo, con la música de fados que llega desde las estrechas callejuelas, con el rumor de la mar y la paleta de colores incandescentes desparramadas sobre un cielo que nos recuerda que aún seguimos vivos.

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