Hay ciudades que uno conoce antes por la literatura o el cine que por el contacto directo. En mi caso, París fue una de mis pasiones literarias desde edad muy temprana a través de autores como Hugo, Balzac o Zola. El París decimonónico es el que tenía grabado en mi mente cuando aterricé por vez primera en la capital francesa y tengo que reconocer que la decepción fue total. Escogí un hotel en el Boulevard de Sebastopol, no lejos de donde transcurren la mayoría de las novelas de Zola.
Para mi gran desilusión, la zona (como gran parte del centro histórico parisino) está muy degradada; cualquier sitio en el que los policías patrullan de tres en tres no puede ser muy recomendable. Concretamente, se trataba de un vecindario poblado exclusivamente por personas de origen subsahariano y no había no un solo comercio que no estuviera dedicado a este colectivo. No tengo nada contra las personas de color ni contra la inmigración. Al contrario. Lo que pasa es que esperaba otra cosa. Es como si hubiera ido a Nairobi y me encontrara que todo el mundo es español y en las tiendas vendieran sombreros cordobeses y muñecas con faralaes. Muy bonito, pero para eso me voy a Sevilla…
En posteriores viajes, por suerte, pude reponerme del trauma inicial y fui descubriendo rincones que todavía conservaban cierto sabor decimonónico y algunos rasgos de ‘autenticidad’. Uno de ellos fue este pasaje, que aparece mencionado en múltiples novelas de Zola y que yo creía desparecido.
Contenido de la Guía
Los pasajes de París
Los pasajes cubiertos son un signo distintivo del París del siglo XIX, especialmente de la primera mitad. En su momento de mayor esplendor sumarían una cifra cercana al centenar y medio. Las grandes obras de remodelación que si hicieron bajo el segundo imperio, con la apertura de amplios bulevares, llevarían al ocaso este tipo de zonas comerciales. Actualmente, quedan dieciséis de ellos, de los cuales tan sólo conozco el que nos ocupa (al que se adjuntaron varios pasajes más), que es también el más famoso.
El motivo de por qué los pasajes cubiertos pasaron a formar parte del paisaje más entrañable del viejo París tiene fácil explicación. Cuando París se convirtió en una de las capitales más florecientes del viejo mundo y empezaron a surgir los comercios de lujo, los burgueses enriquecidos se encontraron con que la vida comercial en las estrechas callejas resultaba prácticamente imposible. Las calles no eran seguras al no haber prácticamente aceras que protegieran del ir y venir de los carruajes. Además, eran sucias y malolientes, por no hablar de la delincuencia y de la tétrica climatología parisina. En suma, nada invitaba a detenerse frente a los escaparates. Los pasajes cubiertos, en cambio, ofrecían la posibilidad de pasear por un lugar seguro y a cubierto de los elementos, ventajas que los comerciantes y sus clientes rápidamente apreciaron.
Tras la renovación del centro de París en la década de los 60, los nuevos y espaciosos bulevares empujaron a la burguesía a buscar otros aires. La aparición de los grandes almacenes y de nuevas galerías más amplias y transitables llevarían al ocaso los pasajes comerciales, estrechos y sombríos. En las novelas de Zola son siempre el refugio de pequeños comerciantes y lugares bastante esperpénticos.
El pasaje de los Panoramas
Sin duda el más célebre de todos los pasajes parisinos y el primero que tuvo un techo de cristal. Une la zona de los grandes bulevares con la Bolsa, extendiéndose a lo largo de 133 metros desde el Boulevard Montmartre hasta la rue St Marc. Sus orígenes se remontan al año 1799, en el que un empresario americano llamado Thayer instaló en el bulevar Montmartre dos rotondas que contenían sendos panoramas, grandes frescos panorámicos circulares que mostraban imágenes de ciudades y de batallas célebres. He incluido en la sección de fotos un grabado de la época que muestra (más o menos) como era el invento. Para ayudar a promocionar su negocio, Thayer abrió un pasaje y lo cubrió de cristal. Las rotondas serían destruidas en 1831, pero el pasaje seguiría conservando su recuerdo en su nombre.
Un año antes, el pasaje había sido objeto de una extensa renovación y se abrieron tres nuevos pasajes que se conectaron al original, entre ellos el Pasaje de las Variétés, en el que se encuentra la salida de artistas de este popular teatro abierto en 1807 y que actualmente es propiedad del actor Jean Paul Belmondo. A lo largo de su dilatada historia, el pasaje albergaría multitud de negocios, algunos de ellos famosos como la Academia Julian, un estudio de pintura por el que pasarían artistas del calibre de Duchamp y Matisse.
El Pasaje, hoy
Esta estrecha y larga galería alberga actualmente gran número de negocios destinados a los coleccionistas: filatelias, numismáticas y objetos de escritorio, por nombrar sólo algunos. Lo primero que llama la atención es precisamente su angostura: ¡tan sólo 3,2 metros! Hay que imaginar lo mal que estarían las cosas en París a principios del siglo XIX para que se lo considerara un paraíso para los compradores… Si a ellos añadimos que diversos bares y restaurantes tienen además mesas en la ‘terraza’, transitar por el pasaje puede resultar algo complicado a según qué horas. Claro que las relativas molestias valen la pena para gozar de una inmersión en lo que es un espacio eminentemente decimonónico.
La parte que toca al bulevar es bastante lujosa y allí se concentran los comercios de más prestigio (como el afamado grabador Stern) y los restaurantes. Vitrinas y aparadores que dan una buena idea de cómo eran las cosas en tiempos de Napoleón y compañía… La parte trasera está parcialmente desocupada y, salvando las distancias, me recuerda bastante (por lo tétrico y cutre) a otra institución comercial, ésta de la capital catalana, los Encantes Nuevos. La experiencia vale la pena para conocer un rincón poco conocido de París. Puerta con puerta en el bulevar se encuentra el Café des Variétés, siempre muy concurrido y en el que es posible ver alguna que otra cara famosa. Por lo demás, la visita es imprescindible si uno está enamorado del París profundo…
Datos de interés
Dirección: 11-13, boulevard Montmartre – 151, rue Montmartre, 75002 Paris – Horario de apertura: de 6 a 24 h.
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