En Cádiz cuando se pasa por la Plaza del Falla, se nos queda la vista parada en el gran edificio que constituye en mayor teatro de la capital y verdadero centro de los concursos de carnavales, pero pocas personas de las nacidas en la capital gaditana vuelve su mirada al edificio que está frente por frente al teatro y que en realidad da nombre a la plaza: Plaza Fragela.
Y allí quieta y muda desde 1756, esta casona impresionante, comparte su vida con el bullicio de la Facultad de Medicina y las noches de Carnaval en febrero; casi olvidada de todos y con una historia de amor y disciplina tras de ella.
La casa Fragela recibe este nombre de su verdadero propietario en el siglo XVIII, Juan Clat Fragela, un renombrado comerciante de Damasco que tenía un negocio de grandes proporciones en el Meditrráneo. Eran conocidas sus partidas de sedas, alfombras, telas, joyas y especies que traían sus buques desde la antigua Damasco hasta este lado del Atlántico. Conocido por sus dotes de mando y su posesivo estilo de vida, construyó en Cádiz su residencia habitual en la llamada Casa de las Cuatro Torres y teniendo en cuenta que la ciudad en esa época, como en muchas otras, su población era meramente marinera; eran numerosas las familias cuyos rentas dependían de los productos que traían las pequeñas barquitas que hacían puerto en la playa de La Caleta.
Debido a que todos sabemos que el mar, o la mar, como la llaman los marineros, gastaba y gasta aún malas pasadas, eran muchas las familias que quedaban en precarias condiciones económicas por la pérdida del cabeza del familia. Esto era motivo de que en la ciudad hubiese muchas viudas y huérfanos en condiciones más que pésimas.
La idea surgió de esta circunstancia; el señor Fragela hizo construir en un solar amplio de lo que era un descampado junto al barrio marinero de la Viña, una gran mansión de estilo barroco en 1756. La finalidad única de esa casa era acoger a las viudas y huérfanas que mal vivían en la ciudad.
Y durante mucho tiempo esa ha sido su misión. Pero el Sr. Fragela fue a más y dejó en testamento, que la casona tenía como misión el acogimientos de estas mujeres y si alguna vez dejaba de funcionar como tal; sólo podía convertirse en colegio o convento de las Hermanas de la Compañía de María, las Agustinas o las Brígidas, incluyendo también a las Carmelitas descalzas. Una anotación primordial en su testamento hacía mención de que sólo el Cabildo de la Catedral de Cádiz actuaría como patrono y administraría las funciones de la casa.
Bien claro lo dejó el señor y así ha sido durante muchos años: refugio de viudas, solteras o huérfanas cuya economía era más que deficiente. Hasta que hace unos años hubo un incendio y tuvieron que ser acogidas en otros centros de la ciudad e incluso en las afueras. La casona se mantiene cerrada, en pésimas condiciones y esperando que alguien de un buen donativo para su puesta a punto.
Si se la ve desde fuera, se observa inmediatamente su estilo barroco, el gran portal de entrada con enormes y pesadas puertas de madera que seguramente eran traídas de algún lugar lejano. Una gran entrada hacía llegar a la reja, perfectamente forjada y traída desde Italia, con hermosos decorados de aves y plantas. A la derecha estaba la gran cuerda que se tiraba para que la campanilla sonara y diese su eco a todo el patio arcado y con un pozo hermoso y lleno de plantas en su centro.
El edificio consta de dos plantas, dando todas sus puertas al gran patio central, verdadero corazón de este hermoso producto del barroco español. Debidamente distribuida por la planta baja, estaban los salones de reunión, cocinas, comedores, despensas, oficinas, donde el Dean de la Catedral llevaba sus papeles y una pequeña biblioteca surtida de algunos libros de la misma Catedral.
En la segunda planta, se distribuían también los dormitorios de las residentes y algo muy especial: la Capilla; con hermosas pinturas barrocas que se encuentran en un estado lamentable y los cuadros que fueron retirados a no sé sabe exactamente donde. El alta mayor tenía un retablo de madera barroco, con escenas de la virgen niña que quedó muy dañado en el incendio y poco se puede salvar ya de él.
Naturalmente para visitarla hay que tener permiso del Obispo, cosa difícil de obtener, puesto que sólo se le concede a aquellos estudiosos de lo barroco en España y digamos que se hace con cuentagotas.
Y allí en esa magnífica plaza que lleva el nombre de su benefactor, esta inmensa casona espera lentamente a que sus muros caigan por el tiempo o que se produzca el milagro de que alguien igual que aquel que la levantó, done el dinero suficiente para que vuelve a ser lo que era en la antigüedad. Nada pueden hacer las instituciones gubernamentales ni autonómicas, puesto que quedó bien claro cual sería el único administrador y el único fin de la casa: la iglesia y la caridad.
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