El rastro de Madrid

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Una buena parte de mi vida ha estado unida al Rastro de Madrid y ahora, cuando lo veo o paseo entre los puestos, siento una enorme nostalgia de lo que fue y lástima de ver en lo que se ha convertido. Siempre fue un continuo ir y venir de gente, una especie de río que no cesaba de fluir, un espectáculo de vendedores que voceaban, de buscadores de piezas de reloj, de coleccionistas de objetos raros, de mirones….

Desde los balcones de casa de mi abuela podías divisar una buena parte del espectáculo y te llegaba el jaleo sordo de las miles de conversaciones de todos los paseantes. Por mucho que me esfuerzo no soy capaz de recordar el Rastro de otra manera que bajo un sol entre invierno y primavera, frío aún pero con esos azules que el cielo de Madrid es capaz de inventarse cuando sale de los días fríos y busca el calorcito de abril. Ahora, cuando cada vez más de tarde en tarde me dejo caer por allí, voy descubriendo que de su antiguo espíritu ya apenas queda nada. Ya no es el Rastro, es un mercadillo de barrio enorme donde caben desde prendas baratas a cambios de cromos o discos o restos de saldos de algunas tiendas. Supongo que la esencia es lo que falta. Lo de que nunca se vendía nada nuevo.

Eso sí, sigue siendo un referente y un punto de encuentro castizo de Madrid. Mucha gente aprovecha los domingos para darse una vuelta y luego tomar el vermú o cervezas en los bares de la zona o en la Plaza Mayor con su consabido bocata de calamares o ración de gallinejas. Eso no se ha perdido, no. La extensión del rastro también ha crecido muchísimo a como yo lo recuerdo, que casi se limitaba a la Plaza Vara del Rey y la Ribera de Curtidores y ahora baja casi hasta Embajadores más las calles adyacentes. La mayor parte de los puestos dedicados a las tiendas de viejo y de muebles que adornaban toda esta zona y la Plaza de Cascorro ya no están porque los venerables negocios cayeron bajo el poder asiático y ahora son tiendas de chinos que no tienen, desde luego, nada origina que sacar a la calle.

Hace años, los sábados se montaba una especie de Rastro paralelo dedicado casi en exclusiva a la ropa. Había ropa de segunda mano, desde luego, pero también se vendían prendas nuevas, amontonadas de cualquier manera y generalmente necesitadas de una buena mano de lavadora. Pero encontrabas auténticos chollos porque muchas eran excedentes del Corte Inglés, ropa de temporadas anteriores de buenas marcas, restos de rebajas que no habían sido vendidos… Todas las prendas iban con su etiqueta y a veces marcaban unos precios de aupa, pero las comprabas por dos duros. Valía la pena. Luego esos puestos desaparecieron porque las tiendas ya no vendían sus excedentes o sus saldos a estos gitanillos salerosos y se acabó la oferta. Siempre recordaré un traje de chaqueta que se compró mi tía la pequeña por menos de mil pesetas y que llevaba una etiqueta de una de las boutiques más selectas de la calle Serrano.

Cuando estaba en casa de mi abuela, los domingos eran para cotillear por los balcones y ver el paisaje y el paisanaje. Recuerdo sobre todo el olor a pan recién hecho de la tahona de la esquina que llenaba la casa cuando mi abuela abría de par en par todas las puertas y ventanas. El sol iluminando la calle, estrechita y con cuesta, mientras los pocos vendedores que se ponían en esa zona colgaban de las rejas de los pisos bajos vestidos de principios de siglo, algunos sucios y apolillados, otros aún brillando de lujo, sin que ningún vecino de quejase. Como la plaza Vara del Rey se iba llenando de mesas con todo tipo de artilugios sorprendentes: relojes de cuco averiados, radios de galena que ya no sonaban, piezas de toda clase de aparatos, cuadros inclasificables teñidos con la pátina de los años y la suciedad, máquinas de coser estropeadas, muebles sin una pata o arañados o completamente desvencijados….. Incluso, en vísperas de Navidad, había vendedores de figuritas del Belén, aquellos que no podían permitirse pagar un puesto en la cercana Plaza Mayor. De uno de estos puestos salieron las que compró mamá: su virgencita de pelo rubio tejiendo un calcetín, el San José con su vara florida, el niño regordete y la mula y el buey casi sonrientes.

Y el olor. El olor era inconfundible. Una mezcla de polvo, telas y madera humedecida que se intensificaba a medida que bajabas las escaleras hacia la calle, mezcla que se volvía ya casi gastronómica cuando girabas hacia la calle Santa Ana y te envolvía el penetrante aroma de la fritura de gallinejas y entresijos con las que los pequeños bares del barrio ponían en tapas o raciones. El trasiego de gente casi te llevaba, pero podías caminar con cierta soltura, cosa que hoy es casi imposible. Ibamos hasta la calle de la Ruda a comprar vino a una bodega de las de toda la vida, en la que se reunían los parroquianos de toda la vida con el bodeguero de toda la vida, mezclados con los vendedores del Rastro, que hablaban alto y reían a voces. En la contigua Plaza de Cascorro, las tiendas de muebles de ocasión sacaban sus ofertas a la calle mientras el dueño fumaba muy digno entre ellas y del interior de las tiendas de viejo brotaban bocanadas de frío húmedo. Apenas atinabas a ver lo que había dentro porque siempre estaban sumidas en una especie de penumbra protectora, quizá para evitar que los defectos no fuesen tan visibles. Había incluso una tienda de discos y «cassettes» haciendo esquina con la Plaza de Vara del Rey ,que abría también los domingos, donde se alternaban los éxitos del momento con vinilos y cintas con más años que la estatua de Cascorro.

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Hace bastante que no voy por el Rastro porque me decepciona no encontrar lo que me resultaba conocido, por haber perdido las imágenes que adornaron un parte de mi infancia. Todo cambia y evoluciona, supongo que para mejorar o simplemente porque ha de ser así. Pero cuando miro los carteles con caracteres chinos con colores que gritan a los ojos, uno tras otro, jalonando la mayor parte de las calles del Rastro me siento como si, definitivamente, hubiese perdido un poco más de la escasa inocencia infantil que pudiese quedarme.

¿Qué es y cómo llegar al Rastro?

El Rastro de Madrid es básicamente un mercadillo a lo grande al cual se puede acceder gracias al transporte público ya sea por RENFE o por metro, la parada en ambos casos es la de Embajadores. Además, se puede llegar a él, por medio de diferentes autobuses de la EMT, pero no sé deciros cuáles, pues no vivo en Madrid capital.

Este mercadillo comenzó en el siglo XIX, por lo que tiene un papel importante en la ciudad de Madrid, así lo atestiguan los textos en los que aparece reflejado.

Tiene diferentes accesos, puedes ir desde la Plaza Mayor caminando, o desde la Puerta del Sol, pero vayas por donde vayas, el Rastro acaba convergiendo en la emblemática plaza del Cascorro.

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¿Qué días se pone?

Esta respuesta es bien sencilla y conocida por la mayoría, pero para que no sea de Madrid y no lo sepa, diré que se pone los Domingos por la mañana.

Horario

Su horario habitual de 9 a 15 horas, lo que suele ser habitual en los mercadillos.

Curiosidad

Para el que esté interesado diré que este símbolo de Madrid tiene hasta página Web. Y no es para menos, pues está declarado como Patrimonio Cultural del pueblo de Madrid.

Opinión personal

rastro de madrid

En el Rastro podéis encontrar fácilmente y a muy buen precio todo aquello que os pueda costar más encontrar en otras partes.

Además, se pueden adquirir prendas de estilo hippie que en otras partes o bien resultan extremadamente caras o bien son dificultosas de hallar.

También se pueden comprar diferentes artículos hechos a mano de cuero, esa zona huele a establo, os lo aseguro.

Una de las cosas que más atraen mi atención de este lugar es la variedad de inciensos que se pueden encontrar, pues tienen desde las clásicas barritas de toda la vida hasta los conos y barras mucho más anchas, por no hablar de las variedades que hay en cuanto a su elaboración y de que suelen tener mucha más calidad que los que se pueden adquirir en otros lugares.

Por no hablar de las curiosidades que hay, hay un puesto de camisetas de estilo heavy que tiene hasta bodies de bebés de ese estilo, siempre digo que si algún día mi hermana me hace tía, le compro al retoño un body de los Héroes (del Silencio), pues mi cuñado es muy fan de ellos (y yo también) o de Metallica, según me dé, aunque no sé cómo le iba a sentar esto a mi madre. Otro puesto de camisetas que llama mi atención es uno que está algo más arriba, me parto con sus mensajes, qué le vamos a hacer.

Si bien es cierto, puede resultar bastante agobiante por la aglomeración de personas que se encuentran allí, pues es un lugar muy concurrido.

Si queréis mirar a gusto los puestos y comprar sin agobios os recomiendo ir a primera hora, lo cual no significa que no vaya a haber gente, sino que habrá menos que por ejemplo a las doce de la mañana, hora a la que podríamos decir comienza la hora punta.

Para que os hagáis una idea, se estima que lo visitan cada domingo una media de 100.000 visitantes.

Lo cierto es que cuando vamos, nos lo recorremos enterito, pues a mi novio, tal y como os podéis imaginar aquellos que sepáis quien es, le gusta detenerse a ver los videojuegos y las películas en DVD (y el que no lo sepa se lo podrá imaginar si digo que suele escribir extensas opiniones sobre videojuegos que parecen mini guías) y a mi entre otras cosas los inciensos y los portavelas, y el que haya ido sabrá la distancia entre ambos artilugios, vamos de principio a fin.

Nos gusta ir de vez en cuando a dar un paseo por allí y desde allí paseamos hasta la plaza Mayor, y sus aledaños.

Asimismo, el Rastro de Madrid es un lugar para disfrutar de los bares de tapeo que hay por la zona o las tiendas en las que se puede comprar algo para picar, tales como los llamados “frutos secos” en los que puedes adquirir desde chuches y refrescos hasta bocadillos.

Por mi parte totalmente recomendable su visita. Comprar o no lo dejo a la elección de cada uno, pero es realmente difícil ir y no llevarse nada, por pequeño que sea.

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